Hybrid Moments

"Si vas a gritar grita conmigo
momentos como este nunca duran"

miércoles, 4 de febrero de 2009

Nietzsche

PARA TRANQUILIZAR. Así pues, ¿no se convierte de esta manera nuestra filosofía en tragedia? ¿No se convierte la verdad en enemiga de la vida y de lo mejor? Parece que una pregunta se nos trabase en la lengua sin querer expresarse: ¿podríamos permanecer conscientemente en la falsedad? o, si tuviéramos que hacerlo, ¿no sería preferible la muerte? Porque ya no hay un deber; la moral, en la medida en que era un deber, está aniquilada por nuestra forma de considerar las cosas, de la misma manera que lo está la religión. El conocimiento solamente puede dejar que subsistan como motivos el placer y el displacer, el provecho y el daño: ahora bien, ¿cómo concordarán estos motivos con el sentido para la verdad? Pues ellos también están en contacto con errores (por cuanto, como dijimos, la simpatía y la antipatía y sus muy injustas medidas determinan esencialmente nuestro placer y displacer). La vida humana está toda ella sumergida profundamente en la falsedad, el individuo no la puede sacar de este pozo sin sentir aversión contra su pasado por la más profunda de las razones, sin encontrar absurdos sus motivos actuales como los del honor y sin manifestar irrisión y desprecio en contra de las pasiones que impulsan hacia el futuro y hacia la felicidad en el futuro. ¿Será verdad que sólo quede una única forma de pensar que implique, como resultado personal, la desesperación y, como resultado teórico, una filosofía de la destrucción? - Yo creo que la decisión sobre la repercusión del conocimiento la toma el temperamento de un hombre: de la misma manera que esa repercusión expuesta, y posible en naturalezas individuales, podría imaginarse otra capaz de producir una vida mucho más sencilla y más libre de afectos que la actual: de modo que al principio los antiguos motivos del deseo vehemente todavía tuviesen fuerza por la antigua costumbre heredada, pero se debilitasen paulatinamente bajo el influjo del conocimiento purificante. Al final se viviría entre los hombres y consigo mismo como en la naturaleza, sin elogios ni reproches, sin apasionamiento, disfrutando como en un espectáculo de muchas cosas que hasta entonces solamente habían infundido temor. Se estaría libre del énfasis y ya no se sentiría el aguijón del pensamiento de ser no sólo naturaleza o ser más que naturaleza. Obviamente, de esto formaría parte, como dijimos, un buen temperamento, un alma sólida, suave y en el fondo alegre, un estado de ánimo que no necesitara estar en guardia frente a perfidias y arrebatos repentinos y que en sus exteriorizaciones no ostentase nada de tono refunfuñante ni de encarnizamiento, - esas conocidas y molestas propiedades de hombres y perros viejos, que han estado atados mucho tiempo. Al contrario, un hombre que se ha desprendido en tal medida de las habituales cadenas de la vida y que no continúa viviendo más que para conocer cada vez mejor, ha de poder renunciar, sin disgusto ni envidia, a mucho e incluso a casi todo lo que para los otros hombres tiene valor, a él ha de bastarle como el más deseable de los estados ese libre y valiente planear por encima de los hombres, las costumbres, las leyes y las apreciaciones habituales de las cosas. Comparte con gusto la alegría de este estado y quizás no tenga otra cosa que compartir, - lo cual implica, evidentemente, una privación, una renuncia más. Pero si, a pesar de ello, se quisieran más cosas de él, entonces con benévolo movimiento de cabeza señalaría a su hermano, el hombre libre de la acción, y tal vez no disimularía un poco de ironía: pues la de éste es un caso muy particular de «libertad».

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